Parece ser que las personas que, por alguna razón, pierden cierto tipo de memoria (hay varias que se ocupan de cosas distintas), no reconocen a sus familiares ni amigos, todo les es ajeno y el sufrimiento es atroz porque nada ni nadie le pertenece ni él pertenece a nadie.. Somos hijos de nuestra historia, sin ella, estamos perdidos. ¿Qué sería de nosotros sin poder recordar la imagen de aquella muchacha, ingenua y torpe, de faldita plisada y melena revuelta que bajaba los escalones de dos en dos, de tres en tres... La que gritaba fuerte, fuerte contra todo aquello que le parecía falso o inapropiado y, un día, tuvo que bajar la voz. Estamos tan llenos de razón siempre.
Somos aquel instante que nos dejó parados ante una verdad que no quisimos admitir, aquel otro en el que abrimos la sonrisa, la voz y la palabra...
Sigamos con lo anterior, que no quiero divagar. Os contaba las vicisitudes de los que pierden la memoria, Bien, pues a un médico se le ocurrió colocar unos electrodos en el cerebro y unos sensores en la piel de un hombre que tenía este drama en su vida y comenzó a enseñarle fotos de sus seres queridos. Una a una las imágenes de esposa, hijos, padres y amigos fueron pasando ante aquellos indiferentes.
—No, no los conozco; nunca los he visto... No me suenan de nada —respondía una y otra vez.
Pero su cerebro y su piel reconocían y los testigos cerebrales y los colocados en su cuerpo gritaban que sí. La respuesta galvánica de la piel estaba ahí para seguir queriendo, para recordar las caricias, el paso suave de la mano en nuestro pelo, el beso dulce o apasionado.
Podemos sufrir un accidente que nos deje sin memoria, pero, está claro que nada se va para siempre, la piel recuerda, la vista recuerda. No sé si es un consuelo, pero, indudablemente, impresiona.
Hace 9 meses