HÉCTOR
El día que regresó de una de sus
múltiples guerras era un día normal; el sol calentaba de la misma forma, los
gritos de júbilo de la ciudad al recibirlo fueron los mismos de siempre y nada
le hizo sospechar el cambio que se había de operar en él. Al principio fue un leve cansancio en el
brazo, algo sin importancia, un poco de fatiga; más tarde, en la noche, comenzó
a despertarse con toda la angustia en la garganta, con las imágenes de todos
aquellos que habían perecido bajo su espada en el fondo de sus ojos. Un olor a
sangre caliente parecía invadir la habitación. Aunque todo estaba en penumbra era
capaz de discernir con una extraña nitidez, la expresión fija de asombro que se
quedaba en el rostro de los muertos. Podía escuchar el sonido insoportable del
golpe de su espada en el escudo, los relinchos de los caballos, el olor acre
del enemigo que sabe, que comprende que está ante su último segundo; incluso
podía sentir el esfuerzo de su cuerpo por hundir la lanza en el pecho del
contrario... Aquel dolor en el brazo...
Procuró serenarse. Abrazó el
vientre de su esposa y sintió la vida de su hijo latir bajo la mejilla. Algo
parecido a la alegría le invadió. “No más” —se dijo—, “No más”. La noche se
hizo precisa. No quiso cumplir las normas que todo héroe está obligado a
cumplir, pero Aquiles le esperaba más allá de la esperanza.
1 comentario:
Escalofriante!: La certeza más allá de lo evidente.
Me ha encantado el relato, como unes la sensibilidad a la secuela de la barbarie. El cansancio extremo a la certeza de un mañana sin futuro.
Gracias de nuevo. Un beso.
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